lunes, 11 de mayo de 2015

?Comprendo sin Entender¿

                               Por:Máximo D'Elia Leyton

“El valor de un texto bien podría medirse por lo que desencadena en quien lo lee. Los libros mejores, los mejores ensayos y artículos, los más eficaces poemas y canciones no pueden ser leídos o escuchados impunemente. La literatura, que se dirige a las conciencias, actúa sobre ellas, y cuando la acompañan la intención, el talento y la suerte, dispara en ellas los gatillos de la imaginación y la voluntad de cambio. En la estructura social de la mentira, revelar la realidad implica denunciarla; y se llega más allá cuando el lector crece un poquito a través de la lectura”.

                                     Eduardo Galeano
                                                                               
A menudo ante la explicación de un tema específico, ya sea desde un ámbito docente, hasta el cotidiano entre familiares y amigos, el escucha puede comprobar su atención y concentración repitiendo la base argumental del hablante, aceptando y afirmando lo expuesto, o todo lo contrario, puede conceder razón a las ideas planteadas, incluso aportar relaciones con respecto a otros temas afines, enriquecer los argumentos del hablante o refutar.

Ante esta posición con respecto a lo escuchado, el escucha puede creer que entendió, puede corroborar con convicción lo que decidió aceptar como verdad, o como algo convincente, certero, asertivo, lúcido, equilibrado o todo lo contrario y todos los matices en medio que puedan detonarse. La cuestión surge cuando se somete a prueba la comprensión para descubrir si se asimiló como entendimiento, como algo propio, asumido, en el caso de una valoración positiva,  o si se desechó y por qué.

Si a un futbolista, el entrenador le dice que tiene que moverse en un sector determinado de la cancha, pues forma parte de una estrategia de juego, sabremos que lo entendió, si así lo hace; la decisión del entrenador y el desempeño individual del jugador dentro de un equipo puede generar un resultado favorable. 

Algunos animales reciben entrenamiento, los lazarillos por ejemplo. Y es hasta que entienden, que pueden llevar a cabo su entrenamiento.
¿Cómo entienden los animales si no tienen entendimiento?
El instinto es un grado de entendimiento, al poner una mano en el fuego se puede comprobar.

A un niño para que aprenda a dejar el pañal, y controlar sus esfínteres, se le repite durante una temporada lo que debe hacer, hasta que se convierte en hábito e independencia.
A un niño en esa etapa se le repite por que desconoce todo lo que gira en torno a ese conocimiento que adquiere de una vez y para toda la vida. Una vez que se interioriza, se convierte en su responsabilidad.
  

Suele haber un grave equivoco entre comprender e interiorizar.
Se cree que automáticamente uno conduce al otro, y los hechos nos demuestran una y otra vez que no es así.
Cuando en una conferencia o charla, se explica y se expone de forma indirecta, los temas quedan susceptibles de ser “interpretados” hasta la tergiversación. Hoy por ejemplo parece ser muy fácil hablar de un Marx completamente opuesto al Marx original, como tener la falsa libertad de jugar al fútbol en una mesa de billar. Se ha despertado una carrera por opinar arbitrariamente de temas sobre los que se desconoce absolutamente todo, y se manifiesta como si la libertad de expresión gozara de inmunidad con respecto a ser ejercida con responsabilidad, conocimiento y compromiso. Como si en el tener forma humana estuviera implícito saber ejercer el criterio, saber como funciona el hígado, saber que es la dignidad, etc. La historia confirma esto de manera reiterativa.

¿Qué desencadenan en este momento las lecturas del acontecer humano en todas sus manifestaciones? ¿Dónde se enseña el abecedario para entender a una civilización tan incivilizada, a una rebeldía tan uniformada, a una comunicación tan incomunicada? ¿Quién está destituyendo las palabras y cambiándolas por su contrario?, se confunde la dignidad con la soberbia, el egoísmo con el amor, la humildad con debilidad, la inteligencia con utilidad o astucia, la claridad con la intransigencia, quién está provocando tanto ruido para evitar sano silencio.

Qué provoca el conocimiento de otro, en el propio conocimiento a través de un libro, una canción, una obra teatral. ¿ Por qué las manifestaciones artísticas cuando lo son, o de cualquier otro rubro, no interpelan al espectador? que sucede al no sentirse identificado con un personaje de novela, o con el tema y los argumentos de esta, será que las posibilidades de identificación están acaparadas por la sobresaturación de superhéroes exportada por un país hipocondríaco del ataque inminente por fuerzas extranjeras o alienígenas. Se lee a Shakespeare o a Ibsen, a Cervantes, a Galeano, como algo que dice y expone otro, sin encender nada en el lector, sin provocar algún movimiento.

Es como ver una película como “La Misión” (Roland Joffé, 1986) y concluir que tiene buena fotografía. Cuando, si bien es cierto, la película da para charlar varias tardes sobre la temática, las consecuencias, el planteamiento, las comunidades indígenas en la época de la colonia y actualmente, el sincretismo. Se ven, se leen, se escuchan, se tocan las expresiones pero sin llegar a formar parte del capital simbólico de la persona, de su acervo personal, es como si se masticaran deliciosos alimentos, y después fueran escupidos en vez de ser tragados para nutrir el organismo.
Como intentar sembrar árboles frutales en un una tierra donde solo se quieren construir departamentos.
Si el fuego interno no se alimenta de la leña de Tolstoi,
de Gelman, Pacheco, Guayasamín, termina por apagarse, y comienza el crónico invierno.

Al observar las actitudes que provoca dicha impunidad cultural, se revela una escisión interna, como si el hígado, el corazón y los intestinos fueran autónomos, y funcionaran de forma independiente y no colaborativa, como si alma, mente y cuerpo, trabajaran de manera aislada y no fueran un todo humano.
 
Como si el juego de roles que se juegan desconociera entre sí a los otros personajes. El estudiante desconoce al novio, el novio al hijo, el hijo al trabajador, y así sucesivamente, un discurso y un sistema de creencias diferente para cada rol de personaje dentro de la misma persona. Parece que se dan vergüenza entre sí. Por este motivo es que no se camina por la calle siendo todo lo que se es, y por la misma razón se dificulta ser lo que se conoce a través de un libro, una canción con sentido, una obra pictórica con espíritu, que pueda conducir al cuestionamiento de formas aceptadas, a re-pensar el pensamiento, asumiendo su provisionalidad, parece que lo que fomenta la flojera mental, el espectáculo fácil, la serie de televisión promotora del humor idiota, tiene mayor campo de influencia, ¿será acaso una de las manifestaciones del síndrome abúlico que caracteriza las actitudes, sin importar la edad ni el oficio? 

Es por esto que parece que leer a Nicolás Guillén es exclusivo del trámite académico, y no del proceso existencial, se lee, se comenta, pero no se traga, no nutre, no se lleva consigo cuando se va al médico, o cuando compramos pan, o cuando hacemos el amor, no nos dejamos sembrar éste o aquél poema, ¿quizá por que implica explorar y desarrollar el conocimiento, y no se está dispuesto a estar a la altura del conocer, del saber con sus respectivas premisas, y necesidad de transformación?

Saber algo y actuar como si se ignorara, es una de las vilezas a las que se acostumbra el hombre por miedo,
por cobardía. No se puede saber impunemente, es necesario saber activamente.

Ahora, si no nace la necesidad de cambiar y transformar al ir culturizando la propia tierra, es quizá porque no hay tierra fértil, o porque la conciencia se ha convertido en un artículo de tercera necesidad. El contento y la felicidad a toda costa, puede impedir el dolor de la conciencia.
Lo incomprensible al optar por la opción del contento y la felicidad, esver cada vez más estresados, deprimidos, angustiados, apanicados por cosas que si bien hay veces donde se justifican, la gran mayoría es tan injustificado que parece moda. Cómo se concilia la idea de que la adaptación a un entorno hostil es la manera de estar contento con uno mismo y con lo que se es.

Al estar expuestos a sistemas educativos radicados en sistemas políticos y económicos como en el caso del capitalismo (sistema fallido si los hay desde hace décadas) la comprensión se dificulta debido a que se enseña a competir, no a colaborar y compartir, se enseña a competir desde un modelo que divide al las personas en ganadores y perdedores, este modelo no funciona si se considera la codicia como signo de mediocridad, y la conformidad como signo de integridad. No es sano educar desde una perspectiva económica lo que debería ser mostrado desde una perspectiva humanística y artística. Manifestaciones primarias del ser. Las cuevas de Altamira son anteriores a cualquier antecedente de trueque, el arte como manifestación de la naturaleza forma parte del hombre, y eso es lo que plasma en sus expresiones más antiguas, primigenias.

Así cuando se somete a examen lo “asimilado” parece en el mejor de los casos haberse aprendido para obtener una calificación con la que se compensará el haber estudiado, 
se suprime la voluntad de hacerlo por convicción, y se sustituye por la obligación que brinda beneficios.
La obligación es un término que en sus raíces significa enfrentar y atar, y el efecto que surge de ello. Enfrentar cada mañana como un reto a vencer en medio de una carrera dispareja por llegar a destino. Estar atado a los resultados de haber llegado a tiempo, y del desempeño eficiente individual como medio para destacar por sobre los demás.

“El fin justifica los medios” ¿el trabajo está tan lejos de la dignidad y el pleno desarrollo de las facultades humanas que pagan por hacerlo? ¿La gente acude a la escuela para descubrir, conocer, para culturizarse, o para recibir buenas notas y estímulos que lo convierten en alguien que se condiciona a reaccionar por estímulo-respuesta, erradicando así la voluntad? Qué sucedería si la premisa educativa radicara en ayudar a que tu compañero entendiera lo que es interiorizar el conocimiento adquirido, y él hiciera lo mismo por ti y así sucesivamente. El efecto que surge de enfrentar y atar, es la necesidad de garantías, de resultados.
Nada se hace si no hay recompensa ¿es acaso una sociedad de mercenarios?

Si los trabajadores y los estudiantes, en este caso expuesto, tuvieran la opción de recibir un salario, buenas notas y estímulos sin trabajar y sin estudiar ¿lo harían? ¿Elegirían esta opción?

La obligación en todo caso no surge de la propia conciencia o moral, sino más bien es impuesta por un sistema que ha convertido la obligación en un modelo defectuoso de respetabilidad social. Un modelo que implica ser mejor que otro para ser respetado, que implica aprobar y ser calificado por encima de otros, una especie de eugenesia educativa, de racismo académico, por hablar tan solo de este ámbito.

Los chicos a los 15 años ya “analizan” su futuro desde una perspectiva económica en su gran mayoría. Ahora bien, si apelamos a un diálogo mayéutico, descubrimos que Sócrates le revelaba con sus argumentos a los que tuvieran oídos para escucharlo: que creían creer cosas que no creían, que afirmaban sentir cosas que no sentían, que creían saber cosas que NO sabían. En aquél entonces sus discípulos se lo agradecían debido a que les hacía entender el equívoco para erradicarlo, y redireccionar la brújula del conocerse a uno mismo y el entorno. No esté de más recordar que le valió la cicuta.

Hoy en día no se agradece la mayéutica, la ignorancia y la estupidez nunca habían gozado de tales grados de inmunidad e impunidad. La ignorancia de uno mismo conduce irremediablemente a la ignorancia del otro, y del entorno, 
de la realidad que decodificamos desde un sistema de creencias asentado en arenas movedizas.

¿Por qué se puede acordar que un libro puede funcionar como una llave para abrir las puertas de adentro, y ver el paisaje, charlar con la gente que pasa, conocernos y reconocernos en lo que leemos, como algo nutritivo para crecer y entender, y momento seguido actuar como si ese acuerdo no hubiera existido?

La alerta roja indica una disminución considerable en las funciones de una voluntad sana, de una buena voluntad.
La voluntad disminuye como consecuencia de una obligación que usurpa e invade zonas que no están en su jurisdicción. No se hacen las cosas por que se quieren hacer, se hacen por que se deben hacer, y un deber sin un querer nos da como resultado automatismo, enajenación, uniformidad, adoctrinamiento y condicionamiento,
que terminan por anular el fuego interno.

Cuando suena la campanita, el perro de Pavlov se pone en marcha. Es harto sabido y repetido a lo largo de la historia que la rebeldía y oposición generan importantes movimientos que han conducido al sano y necesario cuestionamiento de situaciones sociales, políticas, económicas, entre otras. Actualmente esa rebeldía, esa inconformidad, ya no tienen manifestación, en nombre de un limitado progreso que actúa en detrimento del ser humano, se aceptan modelos que convierten a las personas en ratones de laboratorio en manos de científicos del mercado. 

Nos enfrentamos constantemente a un equívoco como impedimento crónico para generar compromiso, responsabilidad, renuncia entre otras urgencias humano-sociales. Comprendo, pero cuando la comprensión se somete a la prueba de la experiencia, cuando es necesario actuar al respecto de lo comprendido, se revela la imposibilidad o peor aún se es traicionado por la propia hipocresía. 
Se comprende para entender e interiorizar, y se entiende para conocer y actuar. Ser el contenedor de lo aprendido precisa necesariamente interiorizar el conocimiento, nutrirse, asumir las implicaciones que demanda la responsabilidad de conocer, de saber.

No se puede seguir consumiendo refresco negro cuando el agua es robada de los mantos acuíferos de Chiapas, por una empresa sin escrúpulos, no se puede votar por un partido que ha tenido como medida política de paz, el saqueo, la implementación gradual de una inflación tsunami, del terrorismo de estado, y la desaparición forzada de personas, no se puede ni se debe ni se quiere aceptar una sociedad acelerada en nombre de una falsa y estúpida eficiencia, es inaudito ver a cuatro personas "juntas" “comunicándose” con cuatro personas que no están, y dejando de comunicarse entre ellas, es perverso ver una sociedad que suple minuto a minuto su realidad por una realidad ficticia, virtual, anónima, estúpida y descerebrada.

No se puede leer la realidad impunemente, no se puede saber lo que se sabe impunemente, no se puede no saber lo que no se sabe impunemente.

Parece existir un inmenso temor ante las consecuencias de interiorizar y hacer propio un principio, una idea, una posición, un ideal. Esas consecuencias se caracterizan por estimular la conciencia, por comprender que no se entiende sino se transforma en acción, en actitud ante los hechos, en criterio ante las situaciones. Entre la indescifrable y cuantiosa dosis de información desinformante y laberíntica, nos vemos obligados a implementar filtros de calidad con respecto a todo. Disminuye cada vez más el valor del verdadero prestigio, la dignidad del ser y sus creaciones.

Qué se está dispuesto a modificar sin falsas justificaciones ante la urgencia de rescatar la humanidad de una metamorfosis que va develando como resultado un Gregorio Samsa con apariencia de robocop y un sistema operativo que solo reconoce entre más y menos, nunca entre calidad y cantidad.

¿Qué acontece en las fibras nerviosas, en el fuero interno cuando se actúa como si no se supiera algo que se sabe,
o que debería querer saberse, como algo necesario para el pleno desarrollo de las facultades humanas?  Escribo desde un imperativo moral pedestre, terreno, donde es la voluntad sin recompensa aparente la que conduce a la autodeterminación.

La alegoría de la caverna de Platón es tan vigente que asusta, ó como dijera Machado: “envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora”. Es conveniente no ver cuando ver implica hacer sin esperar nada a cambio, convencido de que;
el poder hacer es la recompensa de tener la gracia de ver. Hoy ya no se tiene derecho a ignorar lo que está al alcance del conocimiento, y decide ignorarse para no comprometerse.

Se escoge un libro Light, un best seller o un libro de autoayuda, una película de fatídico humor norteamericano, una obra teatral de galanes y princesas tan ajenos al arte teatral como Bin Laden de estar muerto, todo esto en nombre de distraerse pues “la realidad es tan dura” que se necesita evadirse mediante entretenimiento estéril. La dura realidad de muchos radica en la guerra diaria por llegar al supermercado antes que otros, por ponerse camisa azul, o beige, por contratar esta o aquella empresa para remodelar, por ir a Los Ángeles, o a Miami, por comer carne o pescado. Así de dura es la guerra del que no ha experimentado por fortuna una guerra, del que nunca se ha despertado ante la guerra santa con uno mismo, del que a falta de empatía, solidaridad y conciencia, no logra ubicar en la balanza lo importante de lo inútil. No logra darle el peso específico a cada cosa, confunde los gramos con kilos, las onzas con litros, los metros con toneladas, la apariencia con la intención.

Es lamentable como se vende y se vende cara la idea de que la tecnología posibilita el conocimiento, de que los medios de comunicación masiva exponen al público lo que acontece en el mundo de manera imparcial y completa. Es deprimente lo que dedican al hecho basura y lo que otorgan sesgado a la ineptitud de los que capitanean el barco sin saber dominar una brújula.

La ignorancia es un lujo que genera una derrama económica tan cuantiosa como la guerra, las drogas, o el tráfico y el uso de personas. La ignorancia es caldo de cultivo ideal para sembrar oficinas donde podrían sembrarse abedules, para sembrar competitividad donde puede sembrarse colaboración, para sembrar impunidad donde puede sembrarse voluntad para entender, interiorizar, tomar conciencia y actuar.

Crecer un poco a través de un buen libro, de un ensayo, una buena película, una buena obra teatral, una canción con fondo, un poema, una pintura, una charla, es lo que se da en llamar cultura, que viene de dejarse cultivar cosas que vale la pena cosechar.

La impunidad con que se aborda esta noble tarea, y la falta de apreciación en la calidad, está provocando una relativización en las lecturas de la realidad, no se están haciendo lecturas desde diferentes prismas para enriquecer la visión, se están haciendo lecturas arbitrarias y descomprometidas en nombre de que se puede “entender” lo que se elija entender sobre tal tema o cuestión, debido a una “libertad de pensamiento y opinión” sustentada en la ausencia de criterio, y esto entorpece la posibilidad de la verdad.

Galeano es más optimista que yo. Él dice que la literatura que se dirige a las conciencias, actúa sobre ellas, lo cual es cierto, sin embargo lo que a mi me alarma es la disminución en los niveles de conciencia sobre los que debe operar la literatura, y la consecuencia en la falta de voluntad, de la acción que implica el movimiento de la conciencia y la conciencia en movimiento.

Es ubérrima la necesidad de no quedar impune ante lo que captamos a nuestro alrededor, y lo que detona en nuestro interior. Es el sano y constante ejercicio de la voluntad,
el que nos da la llave para entender el conocimiento como experiencia, para cambiar lo que haya que cambiar como signo de comprensión.

Es preciso dejar que la cultura surta efecto en cada uno,
no defenderse por temor a descubrir, interiorizar, revisar y reacomodar constantemente las creencias, aprender y desaprender lo que aceptamos como medida, lo que se decide aceptar como realidad y verdad, como mentira y engaño. ¿Cómo se hace para saber la verdad y no estacionarse ahí, sino continuar hasta no nada más saber la verdad, sino ser verdad?